Por Claudio Cáceres, investigador adjunto del Núcleo Milenio de Formación Planetaria y académico de la Universidad Andrés Bello.
El pasado 30 de junio se celebró a nivel mundial el día internacional del asteroide, declarado así por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2016. Para conmemorarlo, este año se realizaron diversas actividades en todo el mundo y, a nivel nacional, el Núcleo Milenio de Formación Planetaria realizó un taller de detección ciudadana de asteroides en Valparaíso y una charla en Santiago, eventos muy atractivos para el público en general. Sin embargo, vale la pena preguntar: ¿por qué molestarse en declarar un día internacional del asteroide?
El día del Asteroide inició en 2015 de la mano de científicos como el astrofísico Brian May, famoso por ser además guitarrista de la banda Queen, y el cineasta Grigorij Richters, quienes luego de trabajar en la película 51°North (que muestra las horas previas a la destrucción de la especie humana debido a la caída de un asteroide de gran tamaño), creyeron necesario luchar para impulsar proyectos de defensa planetaria.
Según la declaración oficial, el principal objetivo que tuvo la ONU para declarar el Día del Asteroide como un día internacional fue sensibilizar al público sobre los riesgos del impacto de estos objetos e informar sobre las medidas de comunicación que se adoptarían en todo el mundo en casos de crisis, si existiera una amenaza verosímil de impacto de un objeto cercano a la Tierra.
Esta declaración suena muy bien pero ¿qué tan real es este riesgo del que habla la ONU? Dicho en otras palabras, ¿qué tan factible es que caiga un asteroide peligroso sobre nuestro planeta? La verdad es que la probabilidad de que un asteroide caiga sobre su cabeza es muy baja, tanto que es más fácil apuntarle a los números ganadores de un juego de azar que esperar un golpe de un meteorito sobre nosotros. Sin embargo, que un asteroide caiga sobre nuestro planeta y nos afecte de alguna forma no es tan improbable. De hecho, el 30 de junio se eligió como una forma de recordar la caída de un asteroide en 1908, la que liberó la mayor cantidad de energía en nuestra historia moderna.
El día 30 de junio de 1908 se hizo conocido por la caída del Bólido de Tunguska sobre la desolada región de Siberia, perteneciente al antiguo Imperio Ruso. Estudios posteriores estimaron que la energía liberada en la explosión fue de unos 10-30 megatones, lo que equivale a unas 1.000 veces la bomba nuclear lanzada sobre la ciudad de Hiroshima en Japón. A pesar de que varias expediciones se enviaron a la región nunca se encontró ningún fragmento. De hecho, no se encontró un cráter que evidenciara el impacto del objeto sobre la superficie del planeta. Sin embargo, lo que sí encontraron los exploradores de la época fue una zona de unos 2.000 km2 completamente devastada, con árboles en el suelo y con una región central más o menos circular completamente yerma. Estos hechos indican que lo que cayó en Tunguska no fue en realidad un asteroide, sino que muy probablemente un objeto más parecido a un cometa, es decir, un cuerpo masivo no tan denso como un asteroide, compuesto principalmente de hielo. Debido a la gran temperatura que alcanzan los objetos que caen cuando atraviesan nuestra atmósfera, la gran mayoría de ellos estallan antes de tocar el suelo, generando largas estelas luminosas y, a veces, explosiones que pueden ser detectadas a varios cientos de kilómetros de distancia.
Sin embargo, no todos los objetos que caen sobre nuestro planeta son cometas. Un gran número de ellos son efectivamente asteroides cuya composición es lo suficientemente densa como para que parte del material alcance a tocar la superficie y genere un cráter que, bajo determinadas condiciones, puede ser muy peligroso para el ser humano.
Quizás el impacto que todas las personas se imaginan al hablar de asteroides es el que se cree inició la extinción masiva de los dinosaurios hace ya unos 65,5 millones de años. Estudios realizados en la zona de Chicxulub (península de Yucatán, México), lugar donde se cree habría caído este asteroide, sugieren que el objeto tenía unos 10 kilómetros de diámetro y, según la evidencia encontrada, habría dejado un cráter de unos 180 kilómetros de diámetro, equivalente a una explosión de unos 100 teratones o unas 500 millones de veces la bomba de Hiroshima. El impacto de este asteroide habría generado terremotos y tsunamis de magnitudes descomunales, además de un cambio climático global que habría durado varias décadas y que habría causado el declive de un gran número de grupos animales y vegetales a fines del período Cretácico.
¿Es posible que algo así vuelva a ocurrir? Sí, aunque no es necesario entrar en pánico. Los asteroides densos (aquellos que pueden generar un daño mayor) provienen principalmente del Cinturón de Asteroides, una región del Sistema Solar en el que se acumulan formando un anillo de cientos de miles de objetos, entre las órbitas de Marte y Júpiter. A veces, debido a la interacción gravitacional de Júpiter y a choques entre estos mismos asteroides, algún objeto sale despedido, siguiendo una órbita con forma de elipse que puede cruzarse con la órbita de nuestro planeta.
Estos objetos, llamados NEOs (objetos próximos a la Tierra, por sus siglas en inglés), forman una población de varios miles con tamaños lo suficientemente grandes como para causar un gran daño a nivel global. Actualmente existen algunas campañas enfocadas en buscar y monitorear estos asteroides peligrosos de forma continua. Sin embargo, un monitoreo efectivo es muy costoso y aún poco eficiente, si consideramos que se debe monitorear todo el cielo.
El número de objetos que se ha descubierto ha crecido exponencialmente en los últimos años, mostrando una tendencia que no parece cambiar. Conocemos básicamente todos los asteroides realmente peligrosos por tamaño, aunque sus órbitas no se conozcan con total precisión, pero hay algunos que aún nos son desconocidos. Podemos decir, entonces, que la ONU está en lo correcto al buscar crear conciencia sobre el peligro potencial que estos asteroides representan para nuestro planeta. A pesar de que la probabilidad de que uno de estos objetos caiga sobre la Tierra es muy baja, el daño que potencialmente pueden causar justifica el esfuerzo internacional de búsqueda y monitoreo que se realiza actualmente.