Los mapuche y su armonía con el Universo

Por Aurora Aguayo, estudiante de postgrado del Núcleo Milenio de Formación Planetaria y del Instituto de Física y Astronomía de la Universidad de Valparaíso.

Hoy en día tenemos muy presente que los cielos de Chile son privilegiados para el estudio del Universo, pero antes de que se instalaran los grandes telescopios en nuestro país, cientos de años atrás los pueblos originarios ya habían descubierto y estudiado el maravilloso cielo que nos cobija. La astronomía moderna es posible gracias al esfuerzo humano de años; es el resultado de cientos de generaciones de seres en todo el planeta que se maravillaban observando el cielo, tratando de entender su origen y el significado de lo que veían.

El conocimiento del cosmos además de la clasificación de astros y planetas, es ciencia que los mapuche (“gente de la tierra”) estudiaron por cientos de años. Pero por sobretodo, el conocimiento heliocéntrico, y no geocéntrico, es una de las más grandes pruebas de la ciencia mapuche . En el Kimün (“saber”) mapuche no existen lecturas geocéntricas, sino que la Tierra gira en torno al Sol. En sus historias, ellos narran que el Universo comenzó con una gran explosión o Trufquen Ruca, que se traduce como “el estallido de la casa de arriba”; en donde originalmente el Universo se parecía a las cenizas dejadas por las brasas del carbón ardiente, del que luego nacen las galaxias.

A la Vía Láctea, nuestra galaxia, ellos la llaman Huenu Leufú, que se traduce como “el río de arriba”. La leyenda mapuche dice que una diosa a la que le roban su hijo, amamanta a un bebé perdido, el que al saciar su hambre se duerme. La diosa se da cuenta de que le sigue brotando mucha leche de sus pechos, pero también se percata de que hay muchos niños en la Tierra que pueden estar hambrientos, al igual que el bebé que amamantó, por lo que decide hacer brotar el blanco líquido, el que se transforma en un río de estrellas que titilan cada noche para satisfacer a los hambrientos niños de la Tierra.

Nuestra conocida Cruz del Sur, para los mapuche representa la huella del Ñandú y Alfa y Beta Centauri representan las boleadoras para cazarlos. La leyenda dice que en una ocasión un cazador falló con las boleadoras al tratar de cazar al Ñandú, quedando el momento estampado en el firmamento para que los mapuche recuerden que ellos también se equivocan. Como cuenta el libro “Bitácora planetaria: Cazadores de eclipses”, de Sebastián Pérez, Valentina Pérez, Daniel Albornoz y Amanda Sepúlveda:

“Cuenta la leyenda que un famoso joven cazador se enfrentó una vez al choike más grande y veloz. Persiguió al animal in- cansablemente por varias semanas. Cuando finalmente llegaron donde termina el continente, el choike y el cazador se miraron, reconociendo cada uno el esfuerzo del otro. El cazador, luego de dudar un momento, lanzó sus boleadoras para atrapar al ave. La leyenda dice que el choike, en ese momento, saltó con toda su fuerza, pisó el cielo con una pata y se perdió en el infinito.”

En el texto, la pata del Choike sería la Cruz del Sur y las boleadores serían Alpha y Beta Centauro.

En el pasado, los mapuche analizaron la redondez de la Tierra además de su rotación y traslación, y así determinaron su calendario que consta de 13 meses con 28 días cada mes y un ciclo solar de 364 días con 4 estaciones no simétricas: Pukem (“Invierno”), Pewü (“Primavera”), Walüng (“Verano”) y Rimü (“Otoño”). Nuestros ancestros observaban cómo el ciclo de los astros coincidía con otros ciclos de la naturaleza y, desde entonces, el pueblo mapuche ha vivido y vive respetando estos ciclos. Como un ejemplo, lo que hoy nosotros conocemos como las Pléyades, los mapuche le llaman Gulpoñi (“montón de papas”. En algunos sectores/comunidades mapuche se les llama también Chawnachawall que es “reunión de pollitos”), y su presencia en el cielo les indica que es el momento de comenzar a preparar la tierra para la plantación del tan familiar tubérculo.

El planeta Venus es conocido como Wuñellfe, la blanca estrella solitaria de ocho puntas que en el kultrún aparece dibujada en lados opuestos, explicando su presencia como “estrella de la mañana” tanto como “estrella de la tarde”. Para los mapuche su equivalente en la tierra corresponde a la flor del canelo (“foye”), el árbol sagrado de este pueblo. Se cree que los mapuche pudieron confundir Venus con Júpiter, ya que para ellos Wuñellfe era el primer objeto, que no fuera la Luna, que podía verse antes de salir el Sol o tras ocultarse.

Un objeto importante dentro de la cultura mapuche es el kultrún, el cual es un tambor de forma semiesférica que representa a la mitad del Universo. Es fabricado en madera de canelo, en su interior contiene objetos sagrados y está cubierto por una membrana de piel de cordero tensada con ataduras de cuero, en la cual se dibujan los símbolos cósmicos: Dos líneas en forma de cruz, en la que la vertical corresponde al cosmos, la horizontal a la tierra y la intersección entre ambas líneas, al centro del mundo. Los extremos de cada línea se ramifican en tres trazos que hacen referencia a las patas del Ñandú; en los espacios definidos por la cruz se dibujan los puntos cardinales, que manifiestan la fuerza de las estaciones, y a su alrededor se señalan las cuatro fases de la luna. El kultrún, más allá de ser un instrumento que utiliza la Machi, es la interpretación del mundo mapuche que la Machi toma en sus manos, asumiendo así la responsabilidad de lo que significa realizar una acción en el mundo natural, que se va a replicar en el mundo sobrenatural.

Así como los mapuche, muchos de nosotros levantamos la vista al esplendoroso cielo nocturno, tratando de interpretar o darle un significado a lo que observamos o simplemente maravillarnos ante la inmensidad de aquello que nos rodea. Somos polvo de estrellas, mirando hacia las estrellas.

La imagen que ilustra la columna pertenece al libro “Bitácora planetaria: Cazadores de eclipses”, el que se puede adquirir aquí.

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